lunes, 24 de noviembre de 2014

SUBIDA AL MENCILLA



Preparando la expedición 

Amigos, he disfrutado de un estupendo domingo en la Sierra de la Demanda. Dentro de unos meses afrontaré una pequeña aventura (un reto nada excepcional pero tampoco desdeñable) y debo estar preparado. Cuando era jovencito (creedme si os digo que alguna vez lo fui, o al menos me parece recordarlo, aunque podría ser una jugarreta creativa de la memoria) disfrutaba perdiéndome en la montaña, pero las bifurcaciones del camino me apartaron durante muchos años. Ahora, en plena euforia inaugural de la jubilación, he vuelto a encontrar aquella senda. Una gozada. 
Este domingo, 23 de noviembre, ha tocado subida al Mencilla, con algunos de mis futuros acompañantes a Nepal. Sí, una auténtica gozada, recordar la pura belleza que exhalan las montañas para que podamos respirarla, gratuitamente, a pleno pulmón y pleno espíritu. Si uno se deja impregnar, la belleza es muy persistente, y la memoria y más tarde la imaginación la evocan cuando la necesitamos, incluso en los momentos en que la fealdad parece invadirlo todo. Pero la imaginación tiene límites y necesita una recarga, (como las baterías de los móviles, para que lo entiendan quienes vivan sumidos en la matrix tecnológica), y entonces, al entrar otra vez la corriente, imágenes auténticas con todo su color y su fuerza, uno se da cuenta de lo debilitado que estaba sin alimento sólido. Gracias, naturaleza. 


 Iniciando la marcha 


Abajo, nada más salir de Pineda de la Sierra,  nos recibió un hayedo de verdad, que al principio nos abría camino, como se puede ver en la foto, y hasta nos puso alfombra de hojas. La lluvia que empezaba a caer no era ninguna molestia. Auténtica agua bendita, y no la fraudulenta de Lourdes. 


 El hayedo, deshojado

A medida que subíamos, las viejas hayas (viejas, pero resistentes, adaptadas a condiciones más adversas) se retorcían y encorvaban. Yo creo que también nos hacían arcos, saludando nuestro paso y recibiendo a su vez nuestro saludo y nuestro respeto.


Y hasta nos pusieron música de agua y de colores. No veáis que interpretación. Más arriba, donde las hayas ya no pueden subir, nos azotó la ventisca y nos sumergimos en la niebla, así que, lo siento, no os pongo más imágenes, pero toda la excursión valió la pena. Ángel, que arriba se ensimismó, se puso a bajar a su bola y, naturalmente, se perdió. Sus inclinaciones le llevaron por una vertiente equivoacada y acabó en Tinieblas. No quiero decir "a oscuras", sino en un pueblo que de verdad se llama así: Tinieblas. Aunque tal vez se lo imaginó, porque ¿cómo puede haber un pueblo con ese nombre? y además nos dijo que no vio a ninguno de sus habitantes. Todo muy sospechoso. Pero el caso es que no aterrizó en Pineda, sino en otro sitio, y, aunque había pocos kilómetros en línea recta, por carretera eran más de cuarenta. Menos mal que un cazador de jabalíes le llevó en un todoterreno hasta Ibeas (pero antes pasó miedo: porque podían haberle confundido con un jabalí).
En voz baja, reconoceré que yo también corrí el riesgo de perderme entre la niebla, por mi inveterada tendencia aislacionista e intentar bajar solo. Menos mal que me arrepentí a tiempo, cuando me encontraba despistado y decidí volver a subir para encontrarme con el grupo. Es una moraleja de la montaña: vale la pena, aislarse algunos momentos para disfrutarla en soledad, pero hay que ser humildes ante ella, sobre todo cuando uno ha perdido un poco la costumbre. Allá arriba, uno se da cuenta de la importancia de la cooperación y de la solidaridad.  

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